MADRID, 29 noviembre 2010 (Ramón Lobo / El País).- Karl Rove, el estratega de la presidencia de George W. Bush, considerado su cerebro, el encargado de diseñar las campañas electorales y de vender a la opinión pública lo invendible (armas de destrucción masiva en Irak), está más preocupado por el mensajero que por el mensaje. Rove aseguró en julio, tras la publicación de los papeles de Afganistán, que EEUU debería detener a Julian Assange, fundador de Wikileaks, a quien considera "un criminal". Lo dijo en Fox News, el canal favorito de la extrema derecha norteamericana, del Tea Party y de los republicanos en general.
En esta intervención, Rove sitúa el debate: ¿es Wikileaks un medio de comunicación? Pregunta esencial porque si lo fuera estaría legalmente protegido por la sentencia del Tribunal Supremo de EEUU del 1 de julio de 1971, tras la crisis de los papeles del Pentágono. El fallo prima el interés público, exime de responsabilidad penal al medio que publica la filtración y hace caer la ley sobre el filtrador. Rove dice que si Wikileaks es un medio de comunicación, cualquiera que tenga un blog podría serlo también y colgar secretos en La Red (más Rove en Twitter).
Esta es la revolución periodística y política. Los medios de comunicación tradicionales ya no son los únicos desde la irrupción de Internet.
Cerca de tres millones de estadounidenses tienen acceso a documentos secretos. Es la consecuencia de la unificación de agencias y demás servicios de información tras los atentados del 11-S. Se buscaba eficacia, pero la eficacia también tiene daños colaterales. El soldado Bradley Manning se encuentra detenido desde mayo acusado de filtrar a Wikileaks el vídeo de la muerte de 12 civiles en Bagdad, incluidos Saeed Chmagh y Namir Noor-Eldeen, de la agencia Reuters. Las autoridades de EEUU sospechan que Manning podría ser el responsable de las otras dos filtraciones: los papeles de Irak (25 de julio) y los de Afganistán (22 de octubre) y no descartan que lo sea también del cablegate, como se ha bautizado en la Red la revelación de 250.000 cables y telegramas de la diplomacia de EEUU, 15.652 de ellos secretos.
Tras el 11-S, la Administración Bush abusó del secreto en aras de la seguridad, eregida como un valor superior en la pirámide de la democracia, por delante de la libertad (Patriot Act). Se jugó con los colores de las alertas, la información sesgada y el miedo. Se fabricaron pruebas y se mintió a la opinión pública para justificar la invasión de Irak. Los medios de comunicación norteamericanos compraron la mentira, se negaron a poner en duda la palabra de su presidente en tiempos de guerra. Se equivocaron. Muy pocos, el The New York Times entre ellos, han pedido perdón a sus lectores.
La estupidez y la mediocridad matan más que las filtraciones. Los medios escritos que han publicado y van a seguir publicando la parte relevante de los documentos filtrados a Wiikileaks, entre ellos El País, defienden el derecho a la libertad de información. Los que no tienen los papeles atacan la filtración y asumen como propias las críticas del Gobierno de EEUU, de que Wikileaks pone en peligro la vida de personas.
Lo que pone en riesgo la vida de las personas es cometer crímenes en nombre de la seguridad, mentir y rementir. Aún no hay investigaciones por lo revelado en Irak y Afganistán. Lo que mancha el nombre de EEUU en el mundo no es la opinión de sus embajadores sobre Vladímir Putin y Silvio Berlusconi, dos reputados machistas, lo que mancha son las torturas de Abu Gharib.
Otros medios, más ponderados, como The Economist, hablan del triunfo del cotilleo. Quizá se precipita en su juicio; habrá un goteo informativo en días venideros con noticias de enjundia.
Lo que se ha puesto en nuestras manos "es el sueño de los historiadores" y "una pesadilla para los diplomáticos", escribe Timothy Garton Ash en The Guardian. Él es historiador y, por lo tanto, un tipo feliz: tiene material para husmear en las tripas de la diplomacia de EEUU.
Para el canal ultraconservador Fox News, inspirador del movimiento del Tea Party y de la Obamafobia, se trata de una traición. El ex teniente coronel Ralph Peters, uno de los analistas de cabecera de la cadena, dio en julio la mejor receta contra las filtraciones: "Ejecutar a los filtradores".
El senador Joseph Lieberman descartó ayer que se pueda declarar Wikileaks "grupo terrorista", como ha pedido el representate por Nueva Jersey, Pete King.
Un segundo debate es si estos papeles importan a la opinión pública. O si se trata de un asunto que solo interesa a políticos y periodistas. Las visitas a la web del periódico demuestran que existe interés, aunque hay que admitir que el asunto dominante en España, hoy y los próximos días, es un partido de fútbol. Tampoco se habla de la resaca de las elecciones de Catalunya. Solo se habla del Nou Camp.
Más allá del debate entre lo relevante y lo llamativo siempre resulta apasionante mirar por el ojo de la cerradura y escuchar detrás de una puerta, y más cuando esta puerta es la de la diplomacia de EEUU.
Para medir la transcendencia de los papeles hay que esperar a conocer más. De las anteriores filtraciones que denunciaban graves crímenes en las guerras de Afganistán e Irak, nada ha quedado. Ni titulares ni debate ni investigaciones. Entraron por una ventana y salieron por otra. Es el precio de una rueda que se mueve demasiado deprisa. El exceso de información no nos hace mejores ni más libres. Es esencial el contexto y ese es nuestro trabajo, el de los periodistas. Lo dice Jon Lee Anderson, uno de los mejores reporteros.
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